Soy un fanático de la productividad. Opino que una organización que trabaja de forma fluida y eficiente tiene mucho avanzado en su camino hacia la supervivencia.
Me gusta pararme a pensar qué cosas han evolucionado tremendamente y cuáles no a lo largo de las últimas décadas. Dentro de las primeras podemos incluir el teléfono móvil o los coches, por ejemplo. Nada tiene que ver uno de estos elementos de hace 20 años con los actuales. Y, dentro de las segundas, podemos incluir el (maldito) correo electrónico.
El correo electrónico data, por lo que he podido investigar, de 1971-1972, fecha en la que se produjo el primer envío de un e-mail en el planeta Tierra. A partir de ahí, el uso del e-mail se fue estandarizando.
A partir de entonces, hemos ido mejorando los clientes de correo electrónico, sus interfaces de usuario pero, si lo analizamos con objetividad, el e-mail no ha cambiado nada. Seguimos poniendo un emisor, uno o varios receptores y un texto, adjuntando, si lo creemos oportuno, uno o varios ficheros. Y, en los últimos 30 años, ningún cambio significativo.
El invento del correo electrónico
En mi día a día, trato de buscar la forma de minimizar el uso de una herramienta que me resulta anacrónica, que no es fácil de gestionar cuando tienes grandes volúmenes (100-200 mails diarios) y que no deja de ser una china en el zapato. Pero tengo que reconocer que, por más que ponemos otras herramientas en nuestro trabajo diario (gestores de tareas, servicios de mensajería…), el maldito e-mail sobrevive. Y, para más inri, el otro día leo un artículo en el que se comenta que 2017 será el año del e-mail interactivo.
Con todo lo anterior, no puedo por más que decir que “chapeau” al invento del correo electrónico. Una herramienta que, después de más de 40 años, sigue vigente, que sobrevive al paso del tiempo, que sigue siendo un estándar de comunicación que todo el mundo usa a nivel particular y profesional. Es más, todas esas herramientas de gestión de tareas o de mensajería, se apoyan en el e-mail, reconociendo que es un estándar de facto que resiste imperturbablemente al paso del tiempo.
Por otro lado, en el terreno promocional, el e-mail sigue estando vigente: nos seguimos suscribiendo a servicios de newsletter, blasfemamos cuando recibimos los e-mails, pero los seguimos mirando, observando, sin darnos de baja de esos servicios.
El e-mail sigue ahí. No hay quien lo elimine. Nos sirve para comunicarnos en el interior de nuestras organizaciones pero, sobre todo, con el exterior.